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La época de un hombre

Peluquería en la calle Bailén (Madrid). 1914.

En sólo un siglo, la humanidad, se ha visto sometida a los mayores cambios de toda su existencia. Basta pensar cómo, en el siglo XX, la población se ha multiplicado 7 veces, pasando de 1.000 a 7.000 millones, mientras que, para llegar a los primeros 200 millones de personas (población aproximada de la Tierra en el año del nacimiento de Cristo), han tenido que transcurrir los primeros 200.000 años de existencia de la especie.

Ahora mismo hay, por tanto, más seres humanos vivos que la suma de todos los que han existido en la historia. Este gran remanente humano nos permite abordar tareas hasta ahora impensables en cuanto a estudio, conocimiento y trabajo. Gracias a ello, se ha abierto el momento más brillante de la historia de la humanidad en casi todas sus facetas.

Los avances conseguidos en este siglo abarcan desde descubrimientos complejos en áreas del conocimiento científico (como la teoría de la Relatividad, la genética o los viajes espaciales) a pequeños avances que hacen más cómoda nuestra vida cotidiana (como el teléfono, el coche, los medicamentos o los plásticos). Todas estas innovaciones, las grandes y las pequeñas, tienen un claro indicador que nos habla de su impacto en nuestras vidas: la esperanza de vida. Cuando nace don Álvaro en 1914, ésta era de 50 años, mientras que en el momento de su beatificación, cien años después, es de 82 años. Los cambios del siglo nos han permitido vivir a la mayoría de la población casi el doble de tiempo.

Pero estos avances también han tenido sus aspectos negativos: superpoblación, contaminación, armas más destructivas… En este contexto, es la diferencia entre lo que era el mundo cuando nació don Álvaro y lo que es en nuestros días lo que nos da la verdadera dimensión del ser humano. Conocer su historia es un hoy referente para nosotros de cómo vivir en este mundo tan cambiante, en el que la tecnología y la ciencia ocupan un papel más importante cada día, planteándonos nuevos retos y preguntas sobre cómo se debe emplear y cuáles son sus límites. Cobra en ese sentido especial importancia la dimensión de don Álvaro como hombre de ciencias, pues, aunque siempre quede en un segundo plano, su condición de Ingeniero de Caminos, canales y puertos le permitió tener una visión más exacta y original a la hora de abordar, analizar, entender y plantear respuestas a estos nuevos retos.

Como homenaje a don Álvaro como ingeniero, hemos realizado un enfoque de los cambios habidos en este siglo prestando especial atención a los avances técnicos y científicos que han afectado a nuestra vida cotidiana, haciendo que ésta cambie de una forma absolutamente inimaginable. El futuro ha desbordado con creces las expectativas y modelos tradicionales con los que vivía la sociedad.

Los cambios, hasta principios del siglo XX, fueron lentos, progresivos y puntuales, dando tiempo a que la sociedad los fuera asimilando y buscando soluciones para incorporarlos, corrigiendo los errores que se pudieran ir produciendo. Pero a partir de este siglo, los cambios se han dado y se siguen dando a una velocidad vertiginosa, de manera simultánea en todos los ámbitos. Antiguamente, a lo largo de su vida, una persona solía tener que enfrentarse a un cambio importante en su forma de vivir. Hoy, prácticamente nos tenemos que enfrentar a uno cada década, y los conocimientos adquiridos en la escuela quedan rápidamente obsoletos. Una misma persona tiene hoy que aprender y adaptarse varias veces al modo de hacer las tareas profesionales y cotidianas, porque la tecnología va incorporando nuevos elementos (ordenadores, telefonía móvil, microondas, coches, aviones…).

Las distancias también han cambiado; en 1914, apenas existía el transporte publico, y la forma de viajar era andando o a lomos de caballo, mientras que hoy, en cambio, podemos viajar a cualquier lugar del mundo por lejano que se encuentre, además, por poco dinero. Eso ha hecho que el planeta en que vivimos hoy sea mucho mas “pequeño” solo un 10% del tamaño que tenía en 1914. Como ejemplo, entonces, para ir de paria a Nueva York, se tardaba no menos de 4 semanas (672 horas), mientras que hoy sólo se tardan 6 horas. Un ejemplo más cercano es cómo para ir de Este cambio hace que nuestra “aldea” sea el planeta entero: conocemos más sobre todos los puntos del planeta, y nos identificamos y sentimos solidarios con los problemas de todos los habitantes, porque nos son más próximos. Nos identificamos porque tenemos información de lo que les ocurre, y ésta es, precisamente, la otra gran revolución de nuestra época: la información. Revolución que no existiría si, en paralelo, no hubiera aumentado el nivel de formación de la población: de un 60% de alfabetización se pasó al 100% de la actualidad, y de un 1% de titulados superiores al 25% (35% entre los mas jóvenes) de hoy en día.

En la vida cotidiana, los cambios han sido más radicales aún. Los más jóvenes se sorprenderán al ver cómo la mayoría de las cosas que ellos consideran básicas no existían hace un siglo, y se han ido incorporando como una avalancha a nuestra vida. Cosas tan sencillas como un simple yogur no se conocerían hasta los años 30. Unas cuantas naranjas, como las que usamos en nuestro zumo de cada mañana, eran en 1914 el único regalo de los Reyes Magos a los niños. La bici era un caro ejemplo de forma de transporte para adultos, y si, además, era plegable, se trataba de un elemento de tecnología punta militar. Los refrescos, que sólo se tomaban los días especiales, eran la zarzaparrilla, el agua de cebada o la horchata (nada de coca-colas, fantas, ni cola-caos). Las golosinas eran el regaliz, el palulú, una rebanada de pan con aceite y azúcar, un bocadillo de chorizo o una porra los domingos y las fiestas (nada de pizzas, hamburguesas ni gominolas). Presentando estas diferencias tan llamativas como cercanas, es como pretendemos hacer que entiendan los más jóvenes a don Álvaro, con un conjunto de ejemplos de este tipo que afectan a su vida.

Si deseas saber más sobre cómo ha cambiado la vida en este siglo, te invitamos a que pases a la exposición. ¡Buen viaje!